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El ébola avanza sin control en el Congo

Los expertos admiten que a diario encuentran infectados por el virus al margen de las cadenas de contagio ya conocidas

Con los parias del ébola

El virus de las buenas personas

El pasado lunes seis personas entraron sin permiso y por las bravas al centro de tratamiento de Mbandaka, irrumpieron en la zona roja y se llevaron por la fuerza a dos enfermos de ébola. A pesar de su precario estado de salud los montaron en dos motos y los llevaron hasta su poblado, los metieron en la parroquia, y ya en compañía de las dos familias (unas 20 personas en total) se pusieron todos a rezar para rogar a Dios por la salud de los enfermos. El primero de ellos, una adolescente, volvió al hospital al día siguiente porque la fiebre y los vómitos aumentaron. Acabó muriendo a las pocas horas. El otro paciente, también mujer, se fue a su casa, donde también falleció antes de asegurar que se sentía curada y que Dios había obrado el milagro. El ébola no hace prisioneros.

Esta anécdota muestra las dificultades que enfrentan los epidemiólogos en esta zona de República Democrática del Congo, donde la religión y el analfabetismo se dan la mano. En una sola jornada, esa acción puede haber multiplicado los contagios entre los asistentes a la Iglesia, esas 20 personas, y expandido el brote a nuevas aldeas. Cada familiar puede haber extendido el ébola a nuevos contactos. Y así, de manera exponencial.

Este caso recuerda a un caso similar en el anterior brote de África Occidental, en el que murieron más de 11.000 personas. En aquella ocasión, en los primeros días de enero de 2015, los primeros contagiados transmitieron la enfermedad a una conocida curandera de la región de Guekedou, en Guinea Conakry. Al entierro de esta mujer asistieron cientos de personas y muchas de ellas besaron el cadáver. El resultado fue de cientos de nuevos contagios sólo en un funeral.

Hoy, la enfermedad avanza sin control por esta región del Congo. No sólo porque haya una subida del número de casos confirmados (54) y de fallecidos (26), algo previsible con esta enfermedad tan letal, sino por cómo se están produciendo. El número de posibles contactos en seguimiento supera las 1.000 personas, pero no se conoce el número real de aquellos que se han expuesto al virus y ese es el gran problema.

Luis Encinas, experto en ébola de Médicos Sin Fronteras, acaba de llegar de Bikoro, la zona cero del foco, donde ha supervisado la vacunación experimental del personal médico y funerario, se reconoce «preocupado» por las dinámicas que está adoptando la enfermedad en la zona: «A diario nos llegan pacientes que no pertenecen a cadenas de transmisión conocidas y que no tienen vínculo entre ellas. Inquieta que se rompa el hilo de contagios». Este virus suele transmitirse de los monos o murciélagos, vectores del ébola y comestibles en la región.

Encinas asegura que el Congo, que tiene experiencia en frenar brotes en zonas remotas, como los descubiertos hasta ahora desde 1976, no está preparado para afrontar este: «No es un brote clásico y controlable en una zona remota, sino que es mucho más preocupante. Tiene un mecanismo social y epidemiológico diferente. Sorprende encontrar enfermos sin vínculo entre ellos, de zonas diferentes al foco inicial, que nadie sabe cómo se han contagiado. No tenemos información aún para medir la gravedad de la enfermedad».

Mbandaka, la ciudad a la que ha llegado el ébola desde Bikoro, es una urbe de 1,5 millones de habitantes con un importante puerto fluvial de personas y mercancías que lo conecta por el río Congo con las dos grandes capitales de la República del Congo: Brazzaville, y la República Democrática del Congo: Kinshasa, con una población que supera los 12 millones de habitantes. Además, también está comunicada con Bangui (capital de República Centroafricana) por el río Ubangui. Por la experiencia de los brotes de cólera, la expansión del virus por el río es un riesgo tangible.

Mientras MSF y la OMS se afanan en luchar contra el virus, otros agentes se despliegan para evitar nuevos contagios y concienciar a la población. El doctor Gianfranco Rotigliano, representante de Unicef en República Democrática del Congo, está comandando el equipo instalando tanques de agua con cloro en 277 escuelas y se está dando apoyo a actividades de sensibilización para más de 13.000 niños de Mbandaka, Bikoro e Iboko. «Hay que minimizar el riesgo de transmisión con el lavado de manos o tomar la temperatura a los niños a diario», comenta Rotigliano. La organización tiene 22 agentes psicosociales asistiendo a familias afectadas por el brote. Además, Unicef apoya con alimentos y enseres para el hogar a 23 niños y sus familias con parientes infectadas.

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